Muy duro lo que este pasaje nos invita a pensar y preguntarnos.
Antes veamos en detalle la escena.
Jesús toma la cruz con su mirada al cielo. Sus ojos parecen casi llorosos. Una oración elevada al cielo.
Un sayón en la delantera, con cierta delicadeza, le ayuda a tomarla. El segundo, que se la carga al Señor casi a modo de cirineo, cruza su mirada con los que ven el misterio desde el costero izquierdo.
El sanedrita y el soldado romano vigilan la escena y comprueban que la orden y castigo a Jesús se está llevando a cabo tal y como se sentenció.
¿Qué te lleva a pensar lo que ves? La mirada se nos clava en la mirada alta del Señor. Es su rostro el que ejerce toda la fuerza de atracción. Quizás ahí está la clave de lo que podemos intuir. La cruz es inevitable. La cruz forma parte de nuestra vida. Quizás la clave está en cómo la acogemos…
¿Eres tú como el sayón que ayuda y permite que se acoja mejor? Hay ocasiones que solo aportamos una mayor frustración. Sumamos mayor carga a la cruz. La queja permanente, el lamento continuo, la culpabilización constante…
Sin embargo, hay personas que nos ayudan a hacerlo más llevadero. ¿Tú qué rol asumes? Parece interrogarnos la mirada del sayón que coge la cruz por detrás… ¿Subes y echas un cable? ¿O solo te vas a dedicar a ver si se cumple la condena? ¿Hasta qué punto eres solo espectador de lo que ocurre?
Esta es la invitación constante de la Hermandad de la Paz. La Paz no es un estado natural o espontáneo. Se construye, cada día, en cada una de tus decisiones.
Lo contrario a la Paz es la indiferencia. La omisión de lo que debemos hacer para construir puentes.
Ese es el mensaje del caminar decidido del misterio de la Paz. Su Victoria es producto de salir al encuentro, de hacer, de convertir en realidad.
Solo así podrá brillar la luz y blancura de la Paz que proclama María en su palio.