Teología del silencio

Teología del silencio…

En la cultura del ruido y del zasca permanente, el misterio de la Hermandad de la Amargura quiere recordarnos la importancia del Silencio. No es necesario contestar a todo, responder dando argumentos de peso. Especialmente ante aquellos que, aunque oigan o vean, ni oyen ni ven… Ni lo van a hacer… Si los actos y lo que hago no te habla por sí mismo de mí, nada lo hará, aunque me lo pidas.

¿Cuándo debemos callar y cuándo debemos hablar? Silencio y palabra van indisolublemente unidos. Los silencios son, en muchas ocasiones, lo más importante en una conversación. Respetar la escucha, no anticiparse, no interpretar, dejar espacio para pensar…

El silencio en la conversación, bien utilizado, es signo de atención respetuosa y abre espacio a la escucha verdadera. Una escucha que pretender comprender al otro, querer comprenderlo.

A San Ignacio de Antioquia debemos la certera frase: “Es mejor callarse y ser, que hablando no ser…”. Es una llamada a la prudencia en el hablar, a no hacerlo en vano. Y es también una puerta, quizás, a comprender un poco mejor el misterio de la Hermandad de la Amargura… Es el Silencio del Señor el que precisamente más habla ahí arriba. Todos parecen interactuar y dialogar, tratando de entender lo que ocurre… ¿No haces nada, Jesús, de lo que te piden? ¿No es mejor tratar de defenderte…?

Herodes, que en el Evangelio se ríe de Cristo y lo viste de loco, aparece justo con mirada interrogante… ¿Qué pasa ahí? Observa desde la distancia sospechoso, quizás mascullando entre dientes… ¿Pero quién es este…?

Su silencio es signo de libertad. No es nadie Herodes, ni su séquito; Él, claramente, está por encima de todo lo que trama y vive en su templo de gobernante. ¿Tu mundo? Es otro reino y mundo el importante.

El silencio del Señor es rotundo y habla por sí mismo. Ignora lo que allí ocurre y te mira a ti… ¿Te has puesto en la delantera del paso y te has sentido interpelado por Él?

No le interesa el diálogo con Herodes. Le interesa dialogar contigo. Y no le hacen falta palabras.

El silencio es terreno idóneo para comunicarnos con el Señor. Nos abre a la oración y la posibilidad de encuentro. Dicen los que saben de música que los silencios son tan importantes como las notas musicales y la melodía. Interpretar bien los silencios es sigo de buen músico. Ahí se encuentran los matices de ese lenguaje que todos también disfrutamos.

Algo parecido ocurre también con la oración y el contacto con el Señor. Es en ese silencio, al que te invita desde el paso, el que te abre a la conversación más profunda. Como a veces ocurre entre dos amigos o dos enamorados, cuando, sencillamente, comparten presencia y silencio.

Algunos teólogos ven en ese silencio la interpretación de la voz del Señor que escucha Elías. No la encuentra ni en el viento impetuoso, ni en el terremoto, sino en el ligero susurro del aire, en la voz del Silencio.

Citando de nuevo a San Ignacio de Antioquía: El que posee la palabra de Jesús puede escuchar también su silencio, para que sea perfecto, para que actúe a través de las cosas que dice y sea conocido por medio de las cosas que calla.

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