Moriré donde tú mueras…

Los azotes de la vida…

Contrasta ver el cuerpo joven y vigoroso del Señor Atado a la Columna, con su espalda encorvada por el castigo de los romanos. Impresiona ver esas manos, atadas, cuyo apoyo casi falla a pesar del sustento en ese pilar amarmolado…

Nos resulta inevitable no solo ver en Él aquellos a los que la vida. en general, les azota, les castiga, por salud, o por condiciones vitales y sociales. A veces por familia y abandonos.

Es también ahí, en esa curvatura y pesadez de su espalda, en esa columna, donde vemos a nuestros mayores, a nuestros abuelos, apoyados en sus bastones, muletas o andadores. Muchos solos y, quizás, ya con las señales de la vida en toda su piel. A veces nos cruzamos con ellos y apreciamos una mirada semejante al Señor de la Columna. Te busca, te buscan, o, ¡ya no lo hacen?

“Ponte en pie y respeta a los ancianos. Sé reverente con tu Dios. Yo soy el Señor.”

Así lo nombra el Levítico.

Ante el paso de la vida, muchos ancianos se resignan. Es normal, el día a día, trabajo y ocupaciones nos llevan como locos y, claro, no podemos atenderlos como merecen. A nuestros mayores les asalta el lógico sentimiento de la resignación. También por amor, por dejar vivir a sus hijos…, pero resignación al fin y al cabo.

¿Conoces el libro de Rut? Ella decidió ir a contracorriente. Más en aquellos antiquísmos tiempos, en los que su suegra, anciana y viuda, y con sus hijos fallecidos, queda sola. Sus nueras deben sobrevivir, buscar otro marido y familia. Rut se niega y de su boca y corazón salen las preciosas palabras que quizás conozcas:

¡No me pidas que te deje y me separe de ti! Iré a donde tú vayas y viviré donde tú vivas. Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios. Moriré donde tú mueras, y allí quiero ser enterrada.

Y es que esa mirada que busca y te encuentra del Señor atado a la columna es la que llama a cada cofrade: ¿Me ves? A veces los vemos a nuestros abuelos asomados a sus ventanas, los captan maravillosamente nuestros fotógrafos. ¿Y qué más…? Te conmueve, pero… ¿te mueve?

Alimenta esos sentimientos hacia ellos de cariño cuando los veas y, como Rut, atrévete a convertir en vida el propósito de cuidarlos y estar con ellos siempre y para siempre. Esta será su Victoria, y también la tuya.

 

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