¿Fragilidad o fortaleza?

Cuando lo frágil es tu mayor fortaleza.

Dios hecho hombre, muerto. Un cuerpo sin vida…, seco en sus entrañas por la sangre que no correrá en sus venas, por un corazón que se ha parado…

Y un cuerpo destrozado, demacrado por el castigo sufrido. Somos limitados, vulnerables, frágiles…

El Señor de la Vera Cruz es un claro reflejo de la fortaleza de la fragilidad. Es una suerte para los cofrades y creyentes contar con una talla de ese valor material y espiritual incalculable en nuestra Semana Santa.

Si cada talla y cada detalle nos remite a algo importante de nuestra fe, el Señor crucificado de la Vera Cruz es un ensayo teológico sobre la vulnerabilidad y la fragilidad.

Su pequeño tamaño, su suave escorzo, su boca abierta, sus ojos expresivos ojos cerrados, su delgado cuerpo, sus manos grandes atravesadas, su llaga muy abierta en el costado… ¡Qué acierto y qué suerte la de los invidentes a los que la hermandad invitó a recorrer el cuerpo pequeño del Señor con sus manos! Tocar al Señor y sentir su fragilidad…

Dios mismo se encarna en lo más frágil de nuestro ser para elevarnos y enseñar que es ahí donde podemos, precisamente, encontrarlo.

Las personas somos frágiles. Nos enfermamos, somos limitados en espacio y tiempo, el cuerpo se consume con el paso de los años… También interiormente y en el amor y las relaciones. Todos vivimos esa fragilidad en la familia, pareja, amistad… Cuidarla es clave, pero también reconocer esa vulnerabilidad y aprender de ella para mantenernos unidos y descubrir en ella, quizás, lo más bello de lo que somos.

No es fácil vivir con ello. La fragilidad nos muestra nuestros límites. No nos encontramos cómodos en ellos. No queremos sentirnos ni ser así. A veces esos sentimientos llevan a frustraciones mayores, a no aceptarnos como somos, aislarnos o incluso deprimirnos.

Una de las lecciones de la Vera Cruz es colocar precisamente la verdadera cruz en el centro. Los límites son cruces, pero normales en todos. Todos somos limitados. Hasta Jesús, de quien su pasión y muerte muestra la fragilidad humana hasta el extremo. Y en ella nos ama. Y la asume como propia… Quizás la verdadera cruz es saber cargar con ellos. Asumirlos hasta incluso llegar a amarlos. Amar tus propios límites. Descubrir que en ellos puedes ser más tú mismo, que ahí hay gran parte de lo que eres y lo que Dios mismo ama.

Fíjate también en María. Ella avanza en la lección. Sentir la fragilidad no es evitable. Sentir tristeza, dolor o incertidumbre es humano. Desde su también bello y pequeño palio, con su caminar decidido, te invita a no quedarte anclado en ello. Puedes, y es bueno, sentir tu vulnerabilidad, lo que necesitas es seguir adelante sabiendo que esa o ese eres tú. Con tu fragilidad, que te hace más humano…

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