El elogio de lo pequeño…
La talla menuda y excelsa del Señor de la Salud nos posibilita contemplar la belleza y la importancia de lo pequeño para Él mismo, para Jesús.
Es el grano de mostaza, el poner a un niño en el centro de sus seguidores y pedir que nos hagamos como ellos, es la viuda pobre frente al fariseo, los lirios del campo, el vuelo de los gorriones…
¿Qué detalles pequeños en tu día a día te abren a la grandeza de la vida, de la creación, de lo que las personas podemos hacer…?
La rutina cotidiana es un buen lugar para admirar esa importancia de lo pequeño. Poder levantarte al sonar el despertador, un buenos días, un gracias, un café, un hogar, poder abrigarte, un amigo…
Y dentro de lo cotidiano y lo aparentemente intrascendente, la salud. Solo la recordamos cuando nos falta o le falta a nuestros seres queridos. La advocación del Señor de la Salud y reflejada en su bella talla la coloca en su sitio. Lo escuchamos especialmente en fechas señaladas. Que no nos falte la salud. Es lo más importante. Como Él.
Y qué importante es que lo cotidiano y sencillo esté en su sitio. Lo sientes cuando puedes disfrutar de tu descanso en tu cama, de una tarde de sofá en casa, de un paseo a solas o con quien te gusta caminar, poder trabajar, un plato de comida a su hora, una llamada, una conversación, un gracias, un beso que no te di ayer…
Lo sencillo y pequeño es también sagrado… ¡cuídalo! Abrázalo como muestran esos brazos del Señor que abraza de manera especial la cruz. Las incomodidades también cotidianas: toca levantarse temprano, toca ayudar en casa, toca trabajar, hacer un esfuerzo por hacer tus obligaciones lo mejor posible…
Ese día a día sin aparente profundidad puede ser luz que brilla más que lo extraordinario para muchas personas. Esa es la luz que nos trae María de la Candelaria, que sabe valorar lo cotidiano, que lo hace suyo, como ofrenda para Él y para ti.