¿Qué es el alma?

Los Javieres. El Cristo de las Almas… el Cristo de todos, como recordaba Francis Segura en su pregón, el de todas las almas…

El alma condensa todo lo que somos, lo más íntimo, lo más sentido, lo más profundo…

Déjate acompañar por el caminar pausado del Cristo de las Almas mientras piensas unos segundos:

¿En qué pones el alma?

¿Qué es lo que te llega al alma?

¿Cuándo eres el alma de la fiesta, de tu casa, de tu gente…?

¿Qué es lo que expresas cuando lo haces con el alma?

¿Quién es tu amigo del alma? ¿Para quién eres su amigo del alma?

¿Qué o quién, o en qué momentos sientes que te han tocado el alma?

¿Qué es aquello que sientes que es el puro reflejo de tu alma?

¿En qué obras o acciones reconoces la belleza del alma?

A lo mejor tu trabajo, tu día a día, tus labores cotidianas, los detalles recibidos, los detalles que haces, tu pareja, tu amigo, tu hermano, tu madre, tu abuelo, tu primer beso, la solidaridad desbordada, su bien por encima del tuyo… Personas, momentos, acontecimientos… Todo eso que se graba también a fuego en nuestra memoria y corazón, nos revela lo más íntimo de quienes somos. Lo más íntimo de nuestra alma y del alma de esta humanidad, frágil, pero maravillosa…

Nuestra fragilidad, nuestra muerte, nuestros límites están atravesados por el amor infinito y hasta el límite de Jesús. Nuestra humanidad revelada como lo más sagrado en la vida y entrega de Cristo.

Esa calavera que tan cuidada y detalladamente ponen los hermanos de los Javieres a los pies de la cruz, nos lo señala. La tradición nos recuerda, con ella, la conexión entre Cristo y Adán, el primer humano, redimido de su pecado original. Amado tal y como es y fue. Amados como somos creados…

Los cuatro evangelistas señalan el lugar en el que fue crucificado el Señor: Gólgota. Y los cuatro subrayan que su traducción es “Lugar de la Calavera”. Ahí es donde la tradición ha querido señalar que estaba enterrado Adán. Cristo, al morir y derramar su sangre sobre el terreno, sobre sus huesos bajo el mismo, nos redime. Es también, por ello, un símbolo del triunfo de la cruz sobre la muerte, como el conocido paso alegórico de la canina del Santo Entierro.

Los Javieres en su paso de Cristo muerto, nos anticipa así la resurrección y la victoria sobre el mal. Una victoria que anticipamos con cada persona, detalle o acontecimiento en la que dejamos el alma o nos asomamos al alma de cada persona, de la humanidad.

Un sencillo gesto puede tener esa fuerza.

Eso es también lo que en el cuidado de su cofradía y pasos muestra la hermandad. Fíjate en la incorporación de San Juan al lado de María. Mira como la roza en su abrazo. Observa qué sentimientos te despierta, cómo aporta un detalle más a la profundidad del diálogo imposible en el consuelo de una madre… Es ahí donde atisbas el misterio del alma…

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