¿Cuándo te dimos de beber?
A pesar del dramatismo y el gesto suplicante del Señor de la Sed en su rico paso procesional, su talla en las calles es también un grito de esperanza.
Jesús, según leemos en el evangelista Mateo, nos interpela directamente en el relato del juicio de las naciones:
“Cuando venga el Hijo del hombre rodeado de esplendor y de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones se reunirán delante de él, y él separará a unos de otros como el pastor separa las ovejas de las cabras…
Y dirá el Rey: ‘Venid vosotros, los que mi Padre ha bendecido: recibid el reino que se os ha preparado desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me recibisteis, anduve sin ropa y me vestisteis, caí enfermo y me visitasteis, estuve en la cárcel y vinisteis a verme.’
Entonces los justos preguntarán: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, o sediento y te dimos de beber?
‘Os aseguro que todo lo que hicisteis por uno de estos hermanos míos más humildes, por mí mismo lo hicisteis.
¿Quién está ahí, Señor, contigo clavado en la cruz, sufriendo el frío de la noche, no pudiendo alimentarse, sin poder beber, abandonado, sediento…? No podemos evitar acordarnos tantos cientos de personas que, de manera voluntaria, en invierno, en el frío de la noche, lleva una taza de caldo caliente a indigentes, personas solitarias, abandonadas a sí mismas. Ellos son tu Palabra hecha carne. También tantos otros que en comedores sociales, en campañas solidarias o en un día a día callado entre vecinos, siguen haciendo real el milagro de la multiplicación de los panes y los peces.
Señor, pero si solo tenemos un par de panes… ¿Solo tienes? Eres tú, entero, tu persona, lo más valioso. Lo que seas y tengas, pendiente de quien lo necesita, con toda a atención y el corazón puesto en ello.. ¡Qué más puede producir un milagro!
El Cristo de la Sed es también, en su misterio, una llamada a la fuente y agua verdadera, la que recuerda el pasaje de la Samaritana en el pozo de Sicar.
¿Por qué tenemos sed? ¿Cómo es posible saciarla y nunca más volver a sentirla?
La insaciabilidad del ser humano es condición profunda y espiritual. Siempre hay un anhelo mayor, más grande. A veces lo buscamos en lo finito; pero nada acaba llenando… Más tienes, más quieres, más te desborda la necesidad… ¿Qué puede estar llamándonos a saciar para siempre nuestra sed?
Así lo expresa Teresa de Calcuta:
Es verdad. Estoy a la puerta de tu corazón, de día y de noche.
Aun cuando no estás escuchando, aun cuando dudes que pudiera ser yo, ahí estoy.
Cuando finalmente abras las puertas de tu corazón y te acerques lo suficiente,
entonces me oirás decir una y otra vez, no en meras palabras humanas
sino en espíritu: «no importa qué es lo que hayas hecho, te amo por ti mismo.
Ven a mí.
Estoy a la puerta de tu corazón y llamo… ábreme, porque tengo sed de ti…
María de Consolación es la única dolorosa en Sevilla con ojos azul cielo. Nos remite al mismo, a vivirlo ya aquí, a navegar firmemente en sus manos a pesar de algunas tempestades que afrontemos.