¿Hay amor sin dolor?

¿Hay amor sin dolor?

El corazón traspasado de Cristo es la mejor manera de expresar lo que es verdaderamente el amor. Hoy, muchas veces, ocultamos o no afrontamos la cara menos aparentemente positiva del amor. ¿Nos bajamos del carro a la mínima de cambio cuando las cosas se tuercen?

Al igual que expresábamos que la muerte es parte de la vida, aunque sea su última parte, y asumirla es bueno para vivir plenamente, lo mismo ocurre con el dolor, las crisis, el pasar una mala racha… Son las espinas de la rosa, la oscuridad de la noche que da paso al nuevo día.

No podemos desprender esta parte menos positiva de la vida y las relaciones como si los procesos humanos pudieran, como los experimentos científicos, crear nuevas rosas sin espinas o sandías y uvas sin pepitas para hacer más fácil su ingesta.

Es el valor del desierto en la vida de Cristo, el saber llevar el abandono de sus discípulos, sus incomprensiones, sus limitaciones… Los malos momentos van a venir, ¿cómo te preparas para vivirlos? ¿Cómo por qué y con quién podrás sobrellevarlos?

Educativamente es esencial aprender de las pequeñas frustraciones. Si ya somos adultos, cuidar la templanza y la fortaleza que pueda permitir sobrellevar los baches de la vida con la mayor serenidad y esperanza posible.

Esto no es siempre posible, por eso, saber pedir ayuda también es fundamental. De la misma manera, saber discernir sobre cuánto y por qué sostenerse a pesar de la crisis o la herida sufrida. No se trata de aguatar todo sin más…

La llaga y el corazón traspasado de Cristo, saber que el corazón y el amor tiene también sus cicatrices, es reconocer la cara menos amable de las relaciones y la vida.

Somos limitados, y no siempre estamos bien. Es una lección vital para el crecimiento personal.

Ese corazón abierto del Señor también señala nuestra finitud, reconocer el dolor, el fracaso, e incluso el mal, como parte de la realidad que vivimos. Nuestra vida, aun bella, no es un cuento de hadas. Vivir las dificultades con normalidad no evita el dolor y el sufrimiento, lo vemos al pie de la cruz en las marías, San Juan y su madre.

Para ayudarnos podemos poner en una balanza todo lo bueno vivido, lo que merece la pena. Y apostar con esperanza a la posible segura buena salida, un buen final… Buen Fin, que Ella, en su advocación, nos evoca.

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