Contempla la muerte serena del Cristo de Burgos, su caminar silencioso, su levantar sin ruido… La luz de los hachones color tiniebla es suficiente, no es necesaria más… Incluso su bonita canastilla, con los matices de colores entre la caoba, no es excesivamente llamativa, no invade ni acapara tus sentidos…
Todo es armonía en calma. Ni siquiera los más que logrados y ricos montes de flores que Grado monta para arropar al Señor distorsionan el mensaje sereno de la muerte en cruz del Cristo de Burgos.
Fíjate en su rostro. Este Cristo, el más antiguo documentado de la ciudad, parece atesorar justo eso, la sabiduría antigua, la hondura de la edad, del que ha contemplado todo en la vida y no solo maneja serenamente su vida y su muerte, sino que invita a los demás, a todos nosotros, a hacerlo de la misma manera.
Si su rostro es sereno, sus brazos abiertos son majestuosos. Es mensaje y abrazo a la vez. “Ahora no lo ves. Pero estate tranquilo. Si pasas como yo una realidad de muerte, mantente sereno. Aquí no acaba todo…”
El Cristo de Burgos recuerda a esas personas que, en su trance final, desprenden armonía, amor, agradecimiento… ¿Has tenido experiencias cercanas así?
Cuando estas personas se despiden “hasta pronto”, son una luz desconcertantemente serena para quienes les acompañan. Ahí están esas personas. A ellas vemos en el rostro del Señor…
El color de su canastilla que le acompaña es la vida, la vivida, la ya disfrutada… Estas personas que son capaces de afrontar sus momentos últimos así, provocan esa contemplación de la vida llena de color bajo sus pies, bajo sus cuerpos que se despiden. Hay color incluso en los momentos de pasión o sufrimiento. Quienes despiden la vida y la contemplan de esa manera, son capaces de reconocer que la pasión, la muerte, es parte de la vida, de sus colores.
La Hermandad completa su mensaje con Madre de Dios de la Palma. Tenerlo a Él como horizonte y guía, no elude el dolor… basta con ver a María, en su palio, con su llanto y mirada en oración que busca respuestas. En sus ojos también nos vemos reflejados.
Puede que no tengamos esa serenidad, que la muerte nos descoloque y nos interrogue. Ella, nuestra Madre nos comprende y acoge nuestro dolor.