Otra vara de medir…

Clemencia: Compasión. Moderación al aplicar justicia. Así lo define el diccionario de la Real Academia de la Lengua.

Etimológicamente, clemencia, deriva del latín “clementia”, que podría traducirse como misericordia. Es la ley de los que nos llamamos cristianos. Como dice un buen amigo nuestro, siempre, en caso de duda, misericordia, que esa es nuestra ley: la Palabra de Dios.

El Señor del barrio de Palmete une en su advocación Salud y Clemencia. Si buceamos en tiempos de Jesús y cómo se aplicaba la justicia, incluso la religiosa, nada tenía que ver con lo que hoy entendemos; ni tampoco con lo que el Señor denunció e hizo en vida. Salud y misericordia, clemencia, era el grito necesario. Primero, sanar.

Si clemencia es aplicar justicia, ¿cómo es esa justicia de Dios que vemos en Jesús? Abandona las ovejas por una que se pierde, prepara una fiesta para el hijo descarriado… Nuestra mentalidad de hermano mayor del hijo pródigo no entiende esto como justicia real. Tampoco que el Señor de la viña pague lo mismo a los que llegaron más tarde.

La Hermandad de Padre Pío también es un grito directo los oídos y corazones de los cofrades sevillanos. Un barrio humilde que necesita de esa mirada clemente y misericordiosa, que quiere ser sanado, por querido, por toda la ciudad.

Es también una llamada a no caer en la mirada autocomplaciente de fariseos. ¿Recuerdas el relato evangélico? “Oh Dios, te doy gracias porque no soy como los demás: ladrones, malvados y adúlteros.” Es un ejemplo que pone el mismo Jesús para mover nuestra conciencia. Ese mismo Jesús que carga con la cruz allí, en Palmete, y también en San Lorenzo o en el Salvador. Es la humildad del que se siente menos, apartado, la que hace que Él dirija su mirada a los que, a veces, miramos por encima del hombro, con altivez, con soberbia incluso en ocasiones. No es actitud digna de cofrades, ni de hermandades.

Ejemplar es, por lo contrario, la hermandad del Cerro. Humildes aun en la plena conciencia de su largo camino recorrido, cada año acoge en lo más profundo de su corazón al Señor de la Salud y Clemencia y a Virgen de la Divina Gracia.

La actitud de ustedes debe ser como la de Cristo Jesús, quien, siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse. Por el contrario, renunció voluntariamente a lo que le era propio, tomando la naturaleza de siervo y haciéndose semejante a los seres humanos. Y, al manifestarse como hombre, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz!

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