Lo comprenderás…

Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os haré descansar.

Aceptad el yugo, y aprended de mí, que soy paciente y de corazón humilde; así encontraréis descanso.

Así te interpela el Cristo de la Corona cuando se acerca a ti y te mira. Su mirada te busca para que, viéndole, comprendas…

Que comprendas, viendo sus vestiduras, lo de los lirios del campo y que ni el rey Salomón viste como ellos.

Que comprendas, con su firme apoyo en la cruz, aquello de no hay amor más grande que el que da la vida por los amigos…

Que comprendas, observando la sencilla soga que anuda su túnica, que ya adultos, otro te ceñirá y te llevará incluso donde no querías ir…

Que comprendas, en su apoyo firme en la roca bajo sus pies, que ser prudente es edificar la casa, que es tu vida, sobre la firmeza de la fe…

Que comprendas, viéndolo salir del corazón de la catedral, qué es ese tesoro que hizo al hombre que lo descubrió venderlo todo lleno de alegría…

Que comprendas, por fin, qué es eso de las bienaventuranzas y qué significa heredar la tierra si somos humildes…

La hermandad del Cristo de la Corona hace visible esta regla de oro para San Benito: la humildad es el fundamento, la madre y también la maestra de toda virtud, incluso del mismo amor.

Y no, no creáis que ser humilde es ser menos, o no brillar. No hay nada bueno en ocultar la luz, nadie enciende una lámpara para ponerla en un lugar escondido.

Del mismo modo, procurad que vuestra luz brille delante de la gente, para que, viendo el bien que hacéis, alaben todos a vuestro Padre que está en el cielo.

Con esto ya solo nos quedará cumplir el mandato de María: Haced lo que Él os diga… Humildad es también dejar que, a través tuya, sea su luz la que brille.

Cruza tu mirada con el Señor de la Corona y descubrirás que, cuando Él te mira, saca lo mejor de ti. Brilla y brillarás como no imaginabas…

 

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