¿Qué puede significar que una de las últimas cosas que nos deje Jesús antes de morir sea una lección de perdón?
Hasta dos veces subraya el perdón como clave de quién fue y qué hizo en su vida: “Padre, perdónalos…”. Y luego, ese diálogo en la cruz con Dimas, el conocido como el buen ladrón: Te aseguro que hoy estarás conmigo…
Es el mismo abrazo del padre al hijo pródigo. Es acoger sin más el arrepentimiento, la conversión. Convertirse y hacer del perdón nuestra ley de vida, como camino necesario para crear el mundo que deseamos.
¿Perdón sin más? ¿Borrón y cuenta nueva? Sí, sin mirar atrás, sin rencor, sin echar en cara lo que hizo, porque lo que importa es que quieres cambiar y salir adelante.
Y sin sospechas. ¿Quién nos asegura que ese hijo pródigo no volverá a irse de nuevo con parte de lo que le quede al padre en su casa? No importa. La única posibilidad de cambio posible viene del abrazo real, el que nos transmite que nos quiere como somos y que, por puro amor, abre a la posibilidad de conversión.
Si nos sentimos como el hermano mayor del hijo pródigo, puede que nos estemos dando de bruces con alguna de las consecuencias más complicadas de digerir del Evangelio. Y es humano, muy humano. ¿Es justo que el Padre abrace y dé un banquete con lo mejor de su casa a este que se lo ha llevado todo?
Esa experiencia de injusticia, entre comillas, es la misma que sentimos al leer la parábola de los trabajadores de la viña. ¿Seguro que el señor de la viña no se equivoca dando la misma paga a los que llegaron a última hora que a los que estaban trabajando desde el amanecer? Así, a ultimísima hora, se convierte y arrepiente Dimas en la cruz. Y sí, va a recoger la misma paga y fruto del hombre con vida recta.
Cuántos santos y santas de la historia de la iglesia tienen un pasado hasta su conversión de muy dudosa reputación… San Ignacio, San Pablo, San Agustín…
El Señor de la Conversión, su talla excelsa y rotunda, nos subraya que, sin ninguna duda, Dimas estará con Él. ¿Una invitación a pasar la vida entonces haciendo el mal, no importando el bien de los demás?
La vida en clave de bien debe ser atractiva por sí misma. No podemos despertar el deseo de bien solo por oposición a las supuestas malas consecuencias de obrar mal.
¿Qué nos hace atractivos a los hombres y mujeres de bien? ¿Qué debemos reforzar hoy como modelos? ¿De qué manera ser santo hoy puede estimular a las nuevas generaciones?
Puede que parte del camino esté en subrayar la grandeza y belleza no solo de la talla del Señor, sino de su gesto, del perdón incondicional. Del heroísmo hoy de saber perdonar, saber entregarse y darse hasta el extremo.
Buscar la belleza por sí misma… Evocarla… Ayudar a verla… Eso es lo que consigue la hermandad con su rotundo paso de palio, un altar cuidado para la madre entre las madres, para el rostro y la triste bella mirada de la Virgen de Montserrat.