Imagina por un momento que eres el prioste de la hermandad. La persona encargada de, entre otras cosas, montar los pasos.
Es la última noche antes de subir al Señor ya al misterio. Solo falta Él. Y estás tú arriba, terminando otros detalles. Por un momento te paras y eres consciente de que te encuentras en el medio de la escena, como Él mañana cuando suba a las andas… Estás rodeado… Vienen a por ti con cuerdas, antorchas… soldados romanos con sus lanzas…
En una fracción de segundo tus amigos, agazapados entre los olivos no saben cómo reaccionar. El único realmente consciente de lo que ha ocurrido es Judas, que, inmediatamente, ya se ha arrepentido de lo que ha hecho.
Ahí arriba, en medio de la escena, sientes por un momento el escalofrío de lo que ese momento pudo suponer para Jesús… ¡Menudo susto!
¿Cómo pudo el Señor simple y serenamente, entregarse, dejarse atrapar? ¿Cómo pudo contener la reacción más humana y lógica de echar a correr?
Ahora mira las caras de los que acuden a prender a Jesús. Es muy habitual el recurso de los artistas de afear su rostro. Son sayones que obedecen sin más lo que otros les han pedido. También nosotros nos volvemos más feos cuando nos dejamos llevar por algo que sabemos no está bien. ¿Qué hizo ese hombre para que merezca ser apresado? ¿Quién lo dice? ¿Por qué lo dice? Es una llamada a nuestro pensamiento crítico. ¿Nos dejamos llevar sin más por los criterios de otros? ¿Sus indicaciones marcan nuestras decisiones? No son solo los poderosos. También los influencers, los creadores de opinión…
De entre los discípulos de Jesús destaca el gesto de Judas. Arrepentido… ¡Me he equivocado! Yo pensaba que si hacía esto seguro que Jesús, el Mesías, reaccionaría y…
¿Y qué Judas? ¿Y qué amigo?
El gesto de Judas nos lleva también a algo muy cotidiano. Quizás, a la falta de compartir tus inquietudes y pensamientos con tu comunidad, tus amigos, tu familia, la gente que te quiere… ¿Un punto de cabezonería? ¿Por qué no contrastó Judas lo que pensaba hacer con el resto de los discípulos y seguidores de Jesús? ¿Él sabía mejor que el resto lo que era lo mejor para resolver la situación? ¿Todos estaban confundidos menos él? ¿Qué podemos hacer para contrastar nuestras ideas?
¡Qué paradoja! En el mismo misterio dos realidades opuestas… ¿Hacemos lo que la mayoría piensa o lo que solo yo pienso? ¿Dónde está el equilibrio? ¿Cuál el criterio de la verdad? Está justo en el centro de la escena…
Por último, ahí arriba, sobre el paso, te das la vuelta y miras al resto de los discípulos de Jesús. Atónitos. Asustados algunos… La pregunta no es solo qué habrías hecho tú estando en su lugar… probablemente lo mismo…
El interrogante profundo de la escena es qué hacemos nosotros en situaciones parecidas hoy día.
Ante la injusticia, ante los que, metafóricamente, vienen a apresar sin merecerlo, a los que sufren las consecuencias del orden establecido que los ata y los privan de vida plena y real. No hace falta que salgan huyendo, corriendo… Solo apartar la mirada y salir de la escena es suficiente. ¿Algo podrás hacer, no?
Quizás, mirar el rostro de María y su Regla de Vida, “haced lo que Él os diga”, sea luz para tener la valentía de responder, de actuar…